sábado, 25 de septiembre de 2010

Las plantas medicinales

El aprovechamiento por el hombre de las plantas aromático medicinales hay que buscarlas en la más remota antigüedad, según consta en diversos testimonios históricos pertenecientes a distintas civilizaciones y culturas, que han ido sucediéndose en nuestro planeta.

Por ejemplo, en el Papiro de Ebers (2278 a. C.) y el de Smith (2263 a. C.) se cita una serie de drogas, como prepararlas y su cultivo, como el de la adormidera. Los indios peruanos cultivaban el árbol de la coca.

El hombre las usó inicialmente, a imitación de los animales, guiado por su instinto, después empíricamente, y más tarde de forma más racional, conociendo sus propiedades terapéuticas de forma progresiva, con los avances tecnológicos en química analítica.

Algo similar puede decirse de las esencias, cuya extracción y uso es muy remoto. En China, India y Persia la destilación de plantas se practica desde hace milenios. Babilonia, encrucijada del comercio entre Oriente y Occidente, fue sede de la perfumería, fabricando toda suerte de extractos, lociones, aceites para baño, rojo de labios, fijador de cabello, etc…

La Biblia dice que bajo los reyes babilónicos los perfumes valían tanto como el oro, la plata y las armas. Pero las primeras fuentes históricas de las esencias proceden de Egipto. Donde 40 años a. C. ya preparaban esencia de cedros; en algún bajorrelieve se ha encontrado el detalle de una destilería; el primer alambique de piedra conocido se remonta al año 3.000 a. C.

En la Edad Media los árabes perfeccionaron la destilación de las plantas aromáticas, favoreciendo así el desarrollo de la naciente y rudimentaria farmacia. En el s. XIII los maestros alquimistas vendían aceites esenciales, siendo la esencia de romero una de las primeras aisladas. Por aquella época se utilizaron el alcohol y las soluciones en él de aquella esencia, que se denominó "agua húngara", a la que en Italia se añadieron otras esencias, obteniéndose así el "Agua de la Reina", después "acqua mirabile".

Durante los siglos XII al XIII la Escuela Árabe, célebre por sus grandes médicos, así como la de Salerno, prescribían numerosas drogas vegetales de las cuales muchas son utilizadas actualmente.

En esta época vivió el famoso médico árabe Ibn Wafid, nacido en Toledo en el año 1.008 y muerto en esta ciudad en el año 1.074. Fue autor de "El libro de la almohada", famoso recetario medico en el mundo del s. XI. Sus recetas casi todas originales, comprendían remedios desde la cabeza a los pies según la tradición de la medicina árabe, y en ellas se empleaba numerosas plantas, casi todas procedentes de España, y del norte de África.

En el s. XV eran conocidas las esencias de almendras amargas, espliego, canela, ginebra, rosa, salvia, lavanda entre otras. Un siglo después, más de sesenta nuevas esencias se añadían a éstas. En 1.511 se publicó en Barcelona la "Concordia Pharmacopolarum" que es la primera farmacopea territorial del mundo. En el siglo XVII, prácticamente estaban aisladas todas las esencias de Europa y Oriente Medio. En el siglo XVIII se controlan y mezclan esencias y aparece el agua de colonia, inventada por Feminis y divulgada en París por Farina.

En el s. XIX se practican los primeros análisis químicos de esencias y otros principios activos de los vegetales, con la aplicación al microscopio y la química analítica. Nace la farmacoquímica. En 1.811 se aísla la morfina del opio. Se desarrolla un movimiento investigador, a escala mundial, para conocer la composición química de los vegetales y se inicia la base de la industria farmacéutica y condimentaria actual.

En la actualidad, tomemos por ejemplo la eclosión de los llamados "Productos Milagro", entendiendo como tales aquellos que con espectaculares medios de promoción publicitaria ofrecen al publico propiedades insólitas en relación con su composición y característica reales, constituyendo un autentico fraude al menos para el bolsillo del consumidor cuando no para su salud. Desgraciadamente  muchos de ellos se basaban en la utilización de productos vegetales al amparo de su descontrol reglamentario. Es decir del uso abusivo de pastillas adelgazantes que con el reclamo de naturales escondían la más variada posibilidad de cócteles (anfetaminas,  diuréticos, opoterapia) con riesgos más que demostrables. Problemas nuevos que han venido a sumarse a los ya tradicionales de este sector: venta ambulante descontrolada, riesgos incorrectos y atípicos, publicidad engañosa y curanderismos de nefastas consecuencias. Sin embargo también se han producido algunos hechos que resultan esperanzadores para el futuro de la fitoterapia y entre los que podemos citar:

·         Incremento del interés académico y profesional por esta terapéutica, concretada en la organización de congresos, cursos y simposios por parte de instituciones universitarias y colegios profesionales.

·         Aparición de publicaciones de alto rigor científico y gran calidad.

·         Incremento de la información técnica disponible gracias a los avances en las comunicaciones: Internet, etc…

·         Introducción de productos de alta calidad por parte de los laboratorios, dirigidos a los colectivos profesionales y con información veraz sobre sus propiedades.

Paralelamente, son conocidos los intentos de una normativa legal que complete lo contemplado en la Ley del Medicamento para este tipo de Productos. El descrédito y la confusión reinante en el sector de las plantas medicinales pueden anular de forma irreversible la incorporación de esta terapéutica a la practica cotidiana de nuestros cuidados de salud. Salta a la vista la dificultad de ordenar un sector tradicionalmente desordenado.

 

El termino fitoterapia es etimológica y prácticamente confuso ya que engloba realidades demasiado dispares para describir una entidad única y coherente. Podemos definir la fitoterapia como la intervención para mejorar la salud mediante el empleo de plantas con propiedades medicinales o sus derivados.

Dependiendo de su presentación, su grado de evaluación y los hábitos de empleo y sus objetivos podemos jerarquizar los distintos productos desde  el fitoalimento hasta el fitofármaco, entendiendo este último como un autentico medicamento. Obviamente  una legislación que contemple los criterios y procedimientos necesarios para considerar un producto como medicamento sería de gran ayuda a este efecto. Sin embargo la complejidad de la práctica medico-farmacéutica seguirá exigiendo un ejercicio crítico importante.

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